Después de mi vuelta al mundo en 2012, la vela oceánica quedó en pausa, pero en mi mente nunca se apagó la chispa. Durante todos estos años surgieron ideas, soluciones, métodos que no podía ignorar. Tenía que volver para ponerlos a prueba, para comprobarlos en el único laboratorio que conozco: el océano.
También sentía una necesidad más íntima: reencontrarme en soledad, sin distracciones, para ver en qué se había convertido aquel Hugo de 20 años tras dos décadas de vida, experiencias y cambios.
Esta Mini Transat es, además, una celebración: mis 40 años y los 20 desde mi primera gran travesía en solitario. Quiero hacerla a mi manera, disfrutando más del proceso, aplicando todo lo aprendido, apostando por mis propios métodos y contando, por fin, con un proyecto más sólido detrás.
Vuelvo a lo real, a la navegación auténtica, dejando atrás años en el mundo de los superyates. Durante ese tiempo construí una vida cómoda y estable, pero renuncié a ella para seguir fiel a mi esencia, asumiendo sacrificios personales que pocos conocen.
Este regreso no es solo una aventura: es una decisión profunda, fruto de años de maduración, de sueños persistentes y del deseo inquebrantable de ser quien realmente soy.
¿Por qué vuelvo a la Mini Transat?
Porque no pude olvidarlo.
Desde que terminé mi vuelta al mundo en 2012, la vela oceánica siguió latiendo en mi cabeza y en mis manos. Ideas, métodos, inventos… no se apagaban. Necesitaba probarlos. Necesitaba saber.
Vuelvo porque quiero encontrarme, de nuevo, solo frente al océano, como hace veinte años. Saber quién soy ahora, qué ha cambiado y qué sigue intacto.
Vuelvo para celebrar mi vida, mis 40 años, y rendir homenaje a aquel joven que cruzó el Atlántico por primera vez.
Vuelvo para navegar a mi manera: con mis métodos, con más medios, pero sobre todo, con más consciencia.
Vuelvo dejando atrás una vida acomodada, estable, segura… porque entendí que la verdadera comodidad es ser fiel a uno mismo, aunque eso implique renuncias que pocos ven.
Vuelvo porque no sé vivir de otra forma.